Del desperdicio a la vida, re-ligando-nos al cosmos.
Por Paulina Ríos Pallares
Hoy en día, no esta de más hablar de la gran diversidad de artistas que han
dejado huella en la historia con sus obras. Resulta necesario advertir que cada
uno de ellos es distinto, su obra es diversa, por partir de una subjetividad
irrepetible en el mundo. Sin embargo, hay una cualidad entre todos ellos y eso es
indiscutible; su sensibilidad estética, misma que posibilita que sus experiencias
particulares, su singular visión del mundo, trascienda hasta los espectadores y
trastoque también su propia sensibilidad a partir de sus obras artísticas.
¿Qué es el artista en primera instancia sin dicha cualidad? Un visionario, quien se
suspende racionalmente para observar la realidad desde el interior y
posteriormente proyectarla al exterior, bajo una contemplación permanente con su
yo, haciendo de la existencia un material creativo.
Nos encontramos frente a una exposición que brinda dos obras del artista
mexicano Román Barreto, quien posee una naturaleza cosmopolita, ya que rompe
con fronteras y límites de pensamiento para reunir a todo el mundo en una sola
pieza de arte. Este cosmopolitismo se refleja por sí solo en su trabajo. Con un
carácter a todas luces multicultural plasma su visión de este mundo en el que
transcurren nuestras vidas. De la mano de un sincretismo intrigante, nos
encuentra frente a un lenguaje propio de absoluta libertad y profundo interés,
haciendo notar el lugar que experimenta a través de objetos y materiales que
comúnmente podríamos catalogar como basura o desperdicio, punto clave que
cabría considerar con demasiado ímpetu.
Quetzalcóatl cristianizado e Introspección, son las obras
plásticas que podemos observar en esta ocasión, las cuales se pueden apreciar
de manera distinta, pero sin dejar escapar ciertos rasgos que ponen de manifiesto
un vínculo entre todas ellas.
Vayamos enunciando uno a uno de forma que pueda
hacer mas enriquecida nuestra experiencia y por consiguiente una breve
disertación estética.
La introspección en Quetzalcóatl cristianizado se aproxima en primera instancia
disponiendo de nuestro estado de ánimo, bajo el símbolo de la naturaleza
cósmica, ¿qué es el sol sin el hombre, que el cielo sin la tierra, que es la vida sin
el lenguaje? Vemos por ejemplo; una mezcla de colores cálidos que se balancean
ilusoriamente como el sol, el cielo, la tierra y el agua. Se hace inevitable una
abstracción espiritual cuando se contempla, ya que nos traslada de manera
ascética a nuestra cultura, a un espíritu que se ha nutrido de revoluciones, de
religión, del trabajo arduo con la tierra, pero sobre todo de la naturaleza, que a
pesar de los estragos del paso del hombre por el planeta, aun resalta su belleza.
Esta introspección ya mencionada se hace más completa y ávida haciendo honor
al título que lleva la segunda obra llamada Introspección donde la esperanza y el
grito social bajo las letras de Dante Alighieri sobre la madera tallada cobran vida
como vaticinios plásticos. La mascara de diablo quien aparece al centro de la obra
es un artefacto comúnmente utilizado en “Danza de los diablos” una
representación folclórica de la comunidad de Cuajicuilapa, Guerrero, México. Se
asoma aquí como el reflejo de los demonios que trae consigo la humanidad, a los
cuales se les prende fuego con la escala de rojos que utiliza en la obra, esto por
más nos resulta inquietante. Estas dos piezas de manera sintónica forman una
dicotomía entre el bien y el mal donde la bifurcación ocurre en el momento en que
el hombre se proyecta como artista en el mundo.
Rasgos autóctonas, occidentales, orientales, rasgos humanos junto a atestados
animales, se vuelven un indicio del gran enriquecimiento en nuestro andamiaje
histórico-multicultural que nos impulsa por detrás.
Román Barreto, un artista plástico y su impulso creativo es imprescindible,
sorprende al mismo quien contempla la obra de arte. Su trabajo minucioso junto a
la disciplina y estimulación creativa, hace notar los elementos con los que se
premio para la elaboración de estas obras. La sensibilización que nace orillada por
la circunstancia reveladora de la capacitad de el mismo, dota de vida estética a
algo, que por más consideraríamos en otras circunstancias, desechable.
Nos invita
a comulgar con su obra, mostrando una idea de religión no cristianizada, sino una
religión remitida a su propia naturaleza, re- ligarnos nuevamente al cosmos, al
hombre, reconciliarnos con lo divino, con lo sagrado, dotar nuevamente de
significado y respeto a aquello que nos da vida, aliento, ya que en tanto
aprendamos a cobijar nuestro mundo, cobijaremos a nuestra humanidad, o lo
contrario, destruir el cosmos, es un abandono a nuestra propia existencia, un
suicido.
Yo soy con el mundo, el mundo es conmigo: este es el mensaje que se
percibe, bajo el contraste del arte que trasciende sobre lo efímero, que se
manifiesta en la madera tajada y el grito del hombre, donde podemos ver como lo
ultrajado de la naturaleza no se pierde ni muere, se trasforma. El arte de Roman
Barreto, un testimonio que cobra vida en los estragos del mundo y seguirá sin
perderse en el tiempo.
Paulina Rios-Pallares (Crítica e investigadora de Estética y Teoría del Arte.)