domingo, 8 de octubre de 2023

Umbral

 En el Umbral

Cada personaje plasmado en esta colección tiene mucho qué contarnos. Detrás de alguna de sus miradas a veces se atisba una mezcla de júbilo y melancolía, a veces su entereza y coraje, su fe y dolor, pero más que nada, en cada cuadro hay humanidad.

El arte debe arrebatar a primera vista, de lo contrario genera dudas y se vuelve cuestionable. Esta colección es diferente. Primero, porque convence, y bajo esta premisa no admite ningún tipo de cuestionamiento. Y segundo, porque el artista ya nos está dando todas las respuestas en cada una de sus pinturas. Ahí está entregado todo él, ahí se ha dejado ir sin contemplaciones.

La idea de estas pinturas no es la estética convencional.  Y es lo último que deberíamos esperar, porque cada obra no resulta simple, ni requiere ser obvia. Hay en cada danzante un espacio donde cabemos todos nosotros, un plano de identificación. Estamos ahí, inmiscuidos en su añoranza.

Esa inequívoca idea de que el arte debe transmitir directa y hondamente desde el primer atisbo, está lograda sobre todo con la actitud corporal de cada uno de los danzantes. No quisiera remitirme sólo a la pulcritud e intensidad de las pinceladas de Barreto, que no son poca cosa. Lo inquietante es que de pronto estamos dando un paso dentro de ese páramo de sucesos indecibles ¿Qué sigue? Quizá sea sólo el instinto quien pueda guiarnos.

Se percibe el movimiento acompasado de sus danzantes, y más que eso, estamos ya involucrados en su sentir, en la transición al misterio donde radican las tradiciones que quizá temimos haber perdido en algún punto de nuestra cotidianidad. Ahora tenemos la certeza de la ferocidad de sus diablos. Nos inmiscuimos en la ligereza de los pies del ejecutante de la pluma. Nos llenamos de la vida nueva de Los Viejitos. Y tenemos la esperanza viva de su pescador navegante… recuperamos nuestra fe en sus rezos.

Entendemos entonces que Román Barreto conoce el alma de los danzantes, las ha mirado a contraluz. Se ha sumergido en ellas y ha danzado con ellas. Ha volado y sentido sus sueños; por lo mismo, hay una parte nuestra dentro de él, o quizás, él ha sabido cómo compenetrarse además en nuestras almas. Estamos ya en el umbral de sus certezas, en un estado casi de indefensión cuando nos invita a irnos de bruces a ese universo tan suyo, tan cabal.

No es difícil adivinar el alma de sus danzantes, porque la tenemos de frente, descaradamente y sin disimulos. Está por demás decir que los danzantes de Román Barreto van muy por delante nuestro, cumpliendo su misión al mostrarnos el camino donde yace la vida.

 

Arturo Rangel

lunes, 25 de septiembre de 2023

Obra reciente Imposibilidades Introspectivas

 Colección (Im)posibilidades Introspectivas

 

 
 



 
     
 

 
 
 
 
           



   


domingo, 24 de septiembre de 2023

 


 

Del desperdicio a la vida, re-ligando-nos al cosmos. 

 Por Paulina Ríos Pallares

 
 Hoy en día, no esta de más hablar de la gran diversidad de artistas que han dejado huella en la historia con sus obras. Resulta necesario advertir que cada uno de ellos es distinto, su obra es diversa, por partir de una subjetividad irrepetible en el mundo. Sin embargo, hay una cualidad entre todos ellos y eso es indiscutible; su sensibilidad estética, misma que posibilita que sus experiencias particulares, su singular visión del mundo, trascienda hasta los espectadores y trastoque también su propia sensibilidad a partir de sus obras artísticas. 
 
¿Qué es el artista en primera instancia sin dicha cualidad? Un visionario, quien se suspende racionalmente para observar la realidad desde el interior y posteriormente proyectarla al exterior, bajo una contemplación permanente con su yo, haciendo de la existencia un material creativo. 
 
Nos encontramos frente a una exposición que brinda dos obras del artista mexicano Román Barreto, quien posee una naturaleza cosmopolita, ya que rompe con fronteras y límites de pensamiento para reunir a todo el mundo en una sola pieza de arte. Este cosmopolitismo se refleja por sí solo en su trabajo. Con un carácter a todas luces multicultural plasma su visión de este mundo en el que transcurren nuestras vidas. De la mano de un sincretismo intrigante, nos encuentra frente a un lenguaje propio de absoluta libertad y profundo interés, haciendo notar el lugar que experimenta a través de objetos y materiales que comúnmente podríamos catalogar como basura o desperdicio, punto clave que cabría considerar con demasiado ímpetu. Quetzalcóatl cristianizado e Introspección,  son las obras plásticas que podemos observar en esta ocasión, las cuales se pueden apreciar de manera distinta, pero sin dejar escapar ciertos rasgos que ponen de manifiesto un vínculo entre todas ellas. 
 
Vayamos enunciando uno a uno de forma que pueda hacer mas enriquecida nuestra experiencia y por consiguiente una breve disertación estética. La introspección en Quetzalcóatl cristianizado se aproxima en primera instancia disponiendo de nuestro estado de ánimo, bajo el símbolo de la naturaleza cósmica, ¿qué es el sol sin el hombre, que el cielo sin la tierra, que es la vida sin el lenguaje? Vemos por ejemplo; una mezcla de colores cálidos que se balancean ilusoriamente como el sol, el cielo, la tierra y el agua. Se hace inevitable una abstracción espiritual cuando se contempla, ya que nos traslada de manera ascética a nuestra cultura, a un espíritu que se ha nutrido de revoluciones, de religión, del trabajo arduo con la tierra, pero sobre todo de la naturaleza, que a pesar de los estragos del paso del hombre por el planeta, aun resalta su belleza. 
 
Esta introspección ya mencionada se hace más completa y ávida haciendo honor al título que lleva la segunda obra llamada Introspección donde la esperanza y el grito social bajo las letras de Dante Alighieri sobre la madera tallada cobran vida como vaticinios plásticos. La mascara de diablo quien aparece al centro de la obra es un artefacto comúnmente utilizado en “Danza de los diablos” una representación folclórica de la comunidad de Cuajicuilapa, Guerrero, México. Se asoma aquí como el reflejo de los demonios que trae consigo la humanidad, a los cuales se les prende fuego con la escala de rojos que utiliza en la obra, esto por más nos resulta inquietante. Estas dos piezas de manera sintónica forman una dicotomía entre el bien y el mal donde la bifurcación ocurre en el momento en que el hombre se proyecta como artista en el mundo. 
 
Rasgos autóctonas, occidentales, orientales, rasgos humanos junto a atestados animales, se vuelven un indicio del gran enriquecimiento en nuestro andamiaje histórico-multicultural que nos impulsa por detrás. Román Barreto, un artista plástico y su impulso creativo es imprescindible, sorprende al mismo quien contempla la obra de arte. Su trabajo minucioso junto a la disciplina y estimulación creativa, hace notar los elementos con los que se premio para la elaboración de estas obras. La sensibilización que nace orillada por la circunstancia reveladora de la capacitad de el mismo, dota de vida estética a algo, que por más consideraríamos en otras circunstancias, desechable. 
 
Nos invita a comulgar con su obra, mostrando una idea de religión no cristianizada, sino una religión remitida a su propia naturaleza, re- ligarnos nuevamente al cosmos, al hombre, reconciliarnos con lo divino, con lo sagrado, dotar nuevamente de significado y respeto a aquello que nos da vida, aliento, ya que en tanto aprendamos a cobijar nuestro mundo, cobijaremos a nuestra humanidad, o lo contrario, destruir el cosmos, es un abandono a nuestra propia existencia, un suicido. 
 
Yo soy con el mundo, el mundo es conmigo: este es el mensaje que se percibe, bajo el contraste del arte que trasciende sobre lo efímero, que se manifiesta en la madera tajada y el grito del hombre, donde podemos ver como lo ultrajado de la naturaleza no se pierde ni muere, se trasforma. El arte de Roman Barreto, un testimonio que cobra vida en los estragos del mundo y seguirá sin perderse en el tiempo. 
 
Paulina Rios-Pallares (Crítica e investigadora de Estética y Teoría del Arte.)