En el Umbral
Cada personaje plasmado en esta colección tiene mucho qué contarnos. Detrás de alguna de sus miradas a veces se atisba una mezcla de júbilo y melancolía, a veces su entereza y coraje, su fe y dolor, pero más que nada, en cada cuadro hay humanidad.
El arte debe arrebatar a primera vista, de lo contrario genera dudas y se vuelve cuestionable. Esta colección es diferente. Primero, porque convence, y bajo esta premisa no admite ningún tipo de cuestionamiento. Y segundo, porque el artista ya nos está dando todas las respuestas en cada una de sus pinturas. Ahí está entregado todo él, ahí se ha dejado ir sin contemplaciones.
La idea de estas pinturas no es la estética convencional. Y es lo último que deberíamos esperar, porque cada obra no resulta simple, ni requiere ser obvia. Hay en cada danzante un espacio donde cabemos todos nosotros, un plano de identificación. Estamos ahí, inmiscuidos en su añoranza.
Esa inequívoca idea de que el arte debe transmitir directa y hondamente desde el primer atisbo, está lograda sobre todo con la actitud corporal de cada uno de los danzantes. No quisiera remitirme sólo a la pulcritud e intensidad de las pinceladas de Barreto, que no son poca cosa. Lo inquietante es que de pronto estamos dando un paso dentro de ese páramo de sucesos indecibles ¿Qué sigue? Quizá sea sólo el instinto quien pueda guiarnos.
Se percibe el movimiento acompasado de sus danzantes, y más que eso, estamos ya involucrados en su sentir, en la transición al misterio donde radican las tradiciones que quizá temimos haber perdido en algún punto de nuestra cotidianidad. Ahora tenemos la certeza de la ferocidad de sus diablos. Nos inmiscuimos en la ligereza de los pies del ejecutante de la pluma. Nos llenamos de la vida nueva de Los Viejitos. Y tenemos la esperanza viva de su pescador navegante… recuperamos nuestra fe en sus rezos.
Entendemos entonces que Román Barreto conoce el alma de los danzantes, las ha mirado a contraluz. Se ha sumergido en ellas y ha danzado con ellas. Ha volado y sentido sus sueños; por lo mismo, hay una parte nuestra dentro de él, o quizás, él ha sabido cómo compenetrarse además en nuestras almas. Estamos ya en el umbral de sus certezas, en un estado casi de indefensión cuando nos invita a irnos de bruces a ese universo tan suyo, tan cabal.
No es difícil adivinar el alma de sus danzantes, porque la tenemos de frente, descaradamente y sin disimulos. Está por demás decir que los danzantes de Román Barreto van muy por delante nuestro, cumpliendo su misión al mostrarnos el camino donde yace la vida.
Arturo Rangel