sábado, 23 de septiembre de 2023

 

           
 

Las plegarias incorpóreas de Román Barreto

Por Juan Rafael Coronel Rivera

Los acentos del cuerpo están dados por la cadencia del ritmo. Las manos son guías esdrújulas que apuntan a los dioses. El zapateado –el contacto místico que se tiene con la tierra- es el color. La luz, algunas veces está procurada por una antorcha, otras por el aguardiente.

Román Barreto sigue una tradición plástica doble. La que vislumbramos en primera instancia en sus obras, se presenta desde uno de sus oficios, el de diseñador gráfico. Dentro de esta disciplina se han formado algunos de los más representativos pintores mexicanos, dos que me vienen a la mente: Vicente Rojo y Arnaldo Coen. Y cabe señalar en este momento que el diseño es arte -el gráfico y el industrial-, pero su lógica estética está detentada, además de en su plasticidad, en los servicios visual y práctico que se deben buscar en la resolución final de la obra a crear.

En Barreto, la voz del diseño la encontramos en la planimetría de sus obras, ahí hay ciertos grafismos que detentan la estructura total de la pieza, es por eso que sus composiciones son, en muchos casos, simétricas y bien equilibradas. El espacio óptico está dado desde la estructura misma. Igualmente podemos encontrar la lógica de su gama cromática en las bases del diseño, ya que tiene una perspectiva distinta a la de la intuición, sus colores son el resultado de un razonamiento controlado y no de una consecuencia intuitiva.

Dotado de una buena técnica, ha logrado trabajar la acuarela con gran destreza, logrando una serie de transparencias que confieren a la obra de una atmósfera esencial, que sirve para que cada personaje desarrolle su propuesta narrativa.

Pero en las obras de Román, no todo es técnica y proyecto, hay también un sentido de inventiva y sensibilidad que se detentan en las bases de la pintura misma. Encontramos un gusto innato por el colorido y el tema. En este punto el diseño se entreteje con la danza, porque hay que aclararlo, Barreto está formado también como un ejecutante de los bailes que pinta. Esto le hace saber el momento preciso de tensión y dramatismo que tiene cada uno de los puntos en los que fue capturado el personaje que le atañe.

Las obras de Román no están dirigidas a mostrar las atmósferas meramente folclóricas –entendiendo que el folclore es una de las expresiones culturales esenciales del ser humano-, sino las rituales, no está capturando el baile, sino la danza metafísica. Esta es la visión con la que debemos observar cada una de las piezas y sobre todo haciendo énfasis en como las describe él propio artista, quien dice: “las danzas de manera precisa tienen una connotación ritual y se interpretan con un fin votivo, son un rezo corporal dedicado a la deidad”.

Lo anterior lo podemos aplicar a la labor propia del artista, en estas piezas no solamente estamos viendo la ritualidad indígena, sino del propio autor, quien transparencia a transparencia nos va proponiendo una liturgia personal que es la médula de cada una de sus obras. Su valía está detentada precisamente en este punto, al igual que su legitimidad plástica. El esfuerzo con el que están realizadas, se sustenta en esa ceremonia que se realiza en el momento mismo que se toma un pincel para dar el primer golpe de color, que debe tener incorporado una exhalación del acto mismo que representa.